La gripe de 1918, la epidemia que cambió el mundo

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LA GRIPE DE 1918, LA EPIDEMIA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

Recién acabado el libro, el jinete pálido de Laura Spinney, escritora y periodista especializada en cuestiones científicas para medios como National Geographic, the Economist, Nature, New Scientist y The Telegraph, se me ocurren varias reflexiones.
La gripe española infectó a una de cada tres personas del planeta, a 500 millones de seres humanos. Entre el primer caso registrado el 4 de Marzo de 1918 y el último, en algún momento de Marzo de 1920, mató a entre 50 y 100 millones de personas, o a entre el 2,5 y el 5 por ciento de la población mundial. Fue la mayor oleada de muerte desde la peste negra.
Los virus ocupaban solo un pequeño rincón del universo físico de 1918, nadie los había visto y no había ninguna prueba para detectarlos.
En 1892, el botánico ruso Dimitri Ivanovski describió el agente causante de una enfermedad que afectaba a la planta de tabaco, dedució que era mas pequeño que cualquier bacteria conocida, demasiado pequeño para poder ser visto con el microscopio convencional.
Ese mismo año la gripe rusa causó estragos en Europa y un alumno de Robert Koch, Richard Pfeiffer, identificó una bacteria, el Haemophilus Influenzae, como responsable de la gripe. Pronto la comunidad científica se daría cuenta de que esta bacteria no podía ser la causa, debía tratarse de un agente diferente que no podía ser visualizado por los medios de que se disponía en esa época.
La inmensa mayoría de las personas que contrajeron la gripe española solo presentaron los síntomas de una gripe común, y como ocurre con la gripe común, la mayoría de las personas que enfermaron en la primavera de 1918 se recuperaron.
Sin embargo, cuando la enfermedad regresó en agosto, ya no tenía nada de ordinaria, se transformó en algo mas siniestro que se complicaba con facilidad originando una inflamación pulmonar grave que se sobreinfectaba con frecuencia con bacterias y llevaba a la muerte del paciente. Una tercera oleada sobrevino a comienzos de 1919 pero nuevamente de forma mas leve.
Cuando se detectaron los primeros casos, en Marzo de 1918, la primera guerra mundial llevaba cuatro años asolando a Europa, se creyó que se trataba de muchas epidemias locales y los países en guerra no comunicaban sus casos para no mostrar debilidad ante el enemigo. España no participaba en la guerra y cuando comenzó la epidemia, los medios españoles difundieron la noticia por todo el mundo. De esta forma empezó a conocerse la enfermedad como gripe española ( ispanka, espanhola, la grippe espagnole, die Spanische Grippe ) y esa denominación pasó a la historia.
Además de los ancianos y los niños pequeños, la enfermedad tenía predilección por las personas que se encontraban en la plenitud de la vida, entre los veinte y los cuarenta años, sobre todo por los hombres. Las mujeres parecían menos propensas, salvo que estuvieran embarazadas, en cuyo caso, perdían a sus bebes y morían en casa. El pico de edad que registraba más muertes fué el de los veintiocho años.
La enfermedad golpeó con mas dureza a las clases sociales mas bajas, en realidad lo que debilitaba su constitución era la mala alimentación, el hacinamiento y el deficiente acceso a la asistencia sanitaria, haciendo que los pobres, los inmigrantes y las minorías étnicas fueran mas vulnerables.
De igual forma que con el coronavirus, las enfermedades subyacentes aumentaban la vulnerabilidad a padecer la gripe española, las personas debilitadas por tuberculosis o malaria, muy prevalentes en la época, se vieron afectadas con más frecuencia y solían morir rápidamente.
Los médicos no disponían de un tratamiento eficaz, no existían antivirales ( los primeros aparecieron en 1960 ), ni antibióticos para tratar las infecciones secundarias ( no estarían disponibles hasta pasada la segunda guerra mundial ).Se recurrió con frecuencia a la polifarmacia con el objetivo de paliar los síntomas. Se usaron fármacos como la aspirina o la quinina a dosis elevadas, tanto que muchos médicos pensaron que algunos de los síntomas eran causados por la medicación excesiva. Alguno recuperó la antigua práctica de la extracción de sangre o sangría.
Se tomaban medidas de aislamiento y las autoridades sanitarias se dieron cuenta de que éstas debían de adoptarse pronto y mantenerse en vigor hasta después de pasado el peligro. Si se suspendían demasiado pronto, el virus se encontraba con un nuevo reservorio de huéspedes inmunológicamente intactos y la población sufría un segundo pico de muertes.
La epidemiología, la ciencia de los patrones, las causas y los efectos de las enfermedades, es decir el pilar de la salud pública, obtuvo pleno reconocimiento como ciencia, y se fué convirtiendo cada vez más en responsabilidad del Estado.
En 1907 se había creado la oficina internacional de higiene pública, con sede en Paris, y en 1919 se creó en Viena una oficina internacional cuya misión expresa era combatir las epidemias. A principios de los años veinte, la sociedad de naciones inaguró su propia organización sanitaria y esta, junto con la oficina contra las epidemias, la organización Panamericana de la salud y la organización con sede en Paris, fue la precursora de la organización mundial de la salud ( OMS ).
Comenzaron a hacerse populares los organismos y comités encargados de prevenir las futuras epidemias. Un informe de 2016 pedía a los gobiernos e instituciones filantrópicas privadas que desembolsaran unos 4000 millones de dólares al año para prepararnos contra una pandemia y recomendaba que se invirtieran los fondos en cuatro ámbitos principales: profesionales de la salud pública cualificados y motivados, buenos sistemas de vigilancia de la enfermedad, redes de laboratorios eficaces, y la colaboración entre los gobiernos.
No todas las recomendaciones fueron escuchadas de igual manera.

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