LA IMPORTANCIA DE LOS AFECTOS TEMPRANOS

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LA IMPORTANCIA DE LOS AFECTOS TEMPRANOS

Todos los que atendemos a pacientes con dolor crónico nos hemos encontrado con pacientes que sufren importantes secuelas como consecuencia de sufrimientos emocionales severos sufridos en su infancia.
Los psicólogos John Bowlby y, más adelante Harry Harlow, demostraron a mediados del siglo XX que el afecto en su sentido mas puro y literal es una necesidad fundamental de los niños y niñas.
John Bowlby, fue un psiquiatra y psicólogo inglés que realizó una serie de investigaciones, a mediados del siglo xx, enmarcadas en lo que se conoce como teoría del apego. Destacó la importancia que tiene la manera en que los padres y madres se relacionan con sus bebes durante los primeros meses de vida. El modo en que los pequeños estrechan relaciones continuadas, próximas y con muestras de afecto con otros, influirá en su desarrollo hacia la adultez y tendrá un impacto, posiblemente de por vida, en varias de sus características psicológicas. John Bowlby concluyó que el hecho de que cada bebé disponga de manera regular del cariño materno ( o paterno ) es una de las necesidades mas importantes de cara a su correcto crecimiento. Este fenómeno no se llegaba a consolidar si este intercambio de gestos afectuosos, acompañado de contacto físico, se daba una vez cumplido el segundo año de vida del bebé, y no antes.
Para ello se apoyó en datos empíricos procedentes de observaciones que la Organización Mundial de la Salud realizó acerca de los niños y niñas separados de sus familias a causa de la Segunda Guerra Mundial. También observó que entre los niños que habían estado recluidos durante varios meses en un sanatorio para tratar su tuberculosis antes de cumplir los cuatro años, tenían una actitud marcadamente pasiva y montaban en cólera con mucha más facilidad que el resto de jóvenes.
Harry Harlow fue un psicólogo estadounidense, que durante los años sesenta se propuso estudiar en el laboratorio la teoría del apego y de la privación maternal de Bowlby. Para ello realizó un experimento con monos Rhesus.
Harlow separó a varias crías de sus madres y observó de que manera se expresaba esa privación maternal.
Introdujo a estas crías dentro de jaulas, espacio que debían compartir con dos artefactos. Uno de ellos era una estructura de alambre con un biberón lleno incorporado, y la otra era una figura similar a un macaco adulto, recubierto con felpa suave, pero sin biberón. Ambos objetos simulaban ser una madre.
Las crías mostraban una clara tendencia a aferrarse al muñeco de felpa, a pesar de no proporcionarles comida. El apego hacia este objeto era mayor que el que profesaban hacia la estructura con el biberón. El muñeco de felpa parecía proporcionar una sensación de seguridad que resultaba determinante para que los pequeños macacos se decidiesen a emprender determinadas tareas por propia iniciativa e incluso se abrazaban con mayor fuerza a éste cuando tenían miedo. En los momentos en que se introducía cualquier cambio en el entorno que generaba estrés, las crías corrían a abrazar al muñeco suave. Y cuando se separaba a los animales de este muñeco de felpa, mostraban signos de desesperación y miedo, gritando y buscando todo el rato a la figura protectora.
Posteriormente, Harlow fue más allá recluyendo a crías de esta especie en espacios cerrados, manteniéndolas aisladas de cualquier tipo de estímulo social o sensorial. Algunos de estos monos permanecieron en este aislamiento durante un mes, mientras otros se quedaron varios meses, incluso 1 año. Los que permanecieron un año completo quedaban en un estado de pasividad total e indiferencia hacia los demás, del que no se recuperaban. La gran mayoría terminaron desarrollando problemas de sociabilidad y apego al llegar a la edad adulta, no se interesaban en encontrar pareja o tener descendencia, alguno ni siquiera comían y terminaron muriendo. Los monos hembra no llegaban a quedarse embarazadas y cuando se les fecundó de manera forzada, no solo no realizaban las tareas típicas de una madre de su especie, ignorando a sus crías durante la mayor parte del tiempo, sino que en ocasiones llegaban a mutilarlas.
Todas estas experiencias condujeron a conclusiones similares: los efectos de la ausencia de interacciones sociales que vayan más allá de las necesidades biológicas más inmediatas y que estén vinculadas a la conducta afectiva durante las primeras etapas de la vida, acostumbran a dejar una huella muy seria y difícil de borrar en la vida adulta.

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