EL MÉDICO Y SU 0JO

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EL MÉDICO Y SU OJO

“Los mejores médicos parecen tener un sexto sentido para la enfermedad. Sienten su presencia, saben que esta allí, perciben su gravedad antes de que ningún proceso intelectual pueda definirla, catalogarla y ponerla en palabras. Los pacientes también sienten lo mismo con respecto a un médico: que es atento, que está alerta, que está preparado, que le importa. Ningún estudiante de Medicina debería de dejar de observar uno de esos encuentros. De todos los momentos de la Medicina, este es el más colmado de drama, sentimiento, historia”.
MICHAEL LACOMBE, Annals of Internal Medicine, 1993

En la comprensión rápida de un cuadro clínico, no hay ningún sentido que pueda igualar al de la vista. Nos maravillaría comprobar la cantidad de datos que de la contemplación del enfermo, este órgano nos puede aportar. La capacidad diagnóstica el médico no solo lo aprende en los libros, sino mediante la observación aguda y comprensiva y el contacto constante con sus enfermos.
Una de las cosas que primero nos llama la atención de un enfermo grave es su actitud. Antes de que la analítica o las pruebas diagnósticas nos revelen datos importantes nos llama la atención su marcha jadeante, su aire cansino, los hombros caídos, la mano floja, sin energías, que trasciende a los movimientos de la marcha, señales todas que demuestran que el vigor, la voluntad o el ansia de vivir del enfermo atraviesan una crisis irreparable.
Llama la atención, la capacidad de determinados ginecólogos experimentados de adivinar en algunas mujeres la presencia de un proceso maligno del área genital. A la palidez de la cara se suman singulares alteraciones del pigmento de la piel de la frente que dan la impresión de una postración absoluta, junto a un rictus de tristeza y cansancio característicos. De forma similar un embarazo incipiente puede expresarse en el rostro de la mujer antes de que las pruebas diagnósticas lo confirmen.
Otro de los signos que nos debe alertar sobre un padecimiento grave es la forma y aspecto de la vestimenta. Cierto desaliño en la indumentaria, un aspecto exterior descuidado y otros detalles similares, pueden indicarnos que se trata de un enfermo obsesionado con los procesos que se forjan en su interior y que no parece tener tiempo ni ganas de ocuparse de la parte externa de su vida.
Hace unos meses una enferma de edad avanzada entró en el quirófano para someterse a una prótesis de cadera. Nos llamó la atención su expresión de gravedad y la dificultad con que se comunicaba con nosotros, aunque lo achacamos a su avanzada edad y un posible deterioro cognitivo. Su piel estaba enrojecida de forma llamativa y sin motivo aparente. Durante la cirugía y bajo los efectos de la sedación y la anestesia regional se mostró muy alterada, con movimientos continuados y agitación constante a pesar de la sedación. Todas las pruebas preanestésicas fueron normales. Tras la cirugía fue llevada a la reanimación donde ninguna analítica o constante vital nos llamó la atención. Tras darle el alta de reanimación subió a su habitación, a los pocos minutos falleció sin que se pudiera adivinar ningún motivo.
El médico debe ejercitar su capacidad receptiva visual en miles y miles de casos a la cabecera del enfermo, en un trabajo minucioso y fatigador, fatiga de la que no le puede librar ni el genio intuitivo, ni la vocación más entusiasta por su profesión. Sin esta certera y bien adiestrada percepción visual, un médico fracasará en muchos casos, incluso en las clínicas mejor dotadas, ya que, en nuestro arte, la máquina y los progresos de la técnica no pueden reemplazar todavía a los sentidos del hombre.

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