Los defectos de la medicina moderna

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Muchas veces me he sentido desilusionado al observar la angustia y el sufrimiento que muchas veces acompañan a la realización de múltiples análisis e investigaciones a que se somete a muchos enfermos actualmente (análisis de  sangre, orina, radiografías, escáner, resonancia…), para luego ver que la terapéutica se reduce a una modificación meramente sintomática, administrando fármacos antiácidos, antifebriles, antiinflamatorios, derivados de la morfina…, cosa tan lejana a una verdadera acción curativa.

Los análisis de laboratorio o las pruebas de imagen son útiles en manos de médicos que no olvidan la filosofía de la medicina general; pero se convierten en un elemento de desorientación terapéutica en manos de médicos meramente técnicos que no pasan de ser empíricos ilustrados.

Si algo define a la verdadera ciencia, es  la capacidad de discernir entre lo fundamental y lo accesorio. Nunca las pruebas de laboratorio podrán suplir al sentido clínico, pues más importante que el resultado de una prueba es la interpretación que el médico hace de ese resultado.  Las posibilidades de investigación de detalles ínfimos no sirven de nada si no tenemos claros los conceptos generales.

Por otra parte, hoy en día se tiene especial tendencia a tratar las enfermedades como entidades independientes del sujeto sobre el que actúan. Por eso en lugar de corregir ante todo los errores personales (de alimentación, de higiene, de estrés, de sedentarismo, de falta de autocuidado), que roban la salud y merman las defensas naturales, simplemente se combaten los síntomas por medio de medicamentos supuestamente específicos.

Son numerosos los médicos jóvenes entusiastas de su carrera que, con el paso de los años, pierden la confianza en su saber y en sus prescripciones y se resignan a sufrir en silencio su desilusión, prosiguiendo sin convencimiento el ingrato oficio de distribuidor automático de medicamentos.

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